domingo, 11 de mayo de 2008

Ajedrez Nocturno


Ajedrez nocturno:


Escrito por: Ernesto Ramos Cobo


Lo juego desde hace más de 15 años, pero apenas recién comencé a entenderlo; verlo más desde arriba; adoptar un plan de juego y la gran diagonal para el alfil incisivo; luchar las pequeñas batallas con todos los dientes; buscar un refugio permanente para el caballo en la sexta fila. La mejoría que da el tiempo, y la práctica; el diablo que más sabe por viejo, y las horas de café enfriándose al rascarnos la cabeza.

Ese “avance” –sin embargo— ha ido acompañado de un escalofrío: el abismo es infinito; la vida no es lo suficientemente larga para el Ajedrez. Todo quedará inacabado, esfumadas las partidas, y el peón y la reina compartiendo la misma caja de tablero guardado. Intentar entrar al Juego es una caída al vacío de varias eternidades gritando (con los brazos en cruz y el aire en la cara), con la incertidumbre de nunca tocar el suelo. Juego infinito e imposible de palpar con los dedos. Tablero que tiene tanto misterio –aludiendo a Purdy— como la mujer.
Garry Kasparov alguna vez dijo que el Ajedrez era una tortura mental; hay quien dice que el Ajedrez es el deporte más extremo de los que existen. Yo me quedo con la frase de Siegbert Tarrasch “el Ajedrez, como el amor, como la música, tiene el Poder de hacer a la gente feliz”. El masoquismo ante una deliciosa tortura que reparte lecciones salomónicamente.
Recuerdo hace tiempo, una noche de humo y de gatos, en la que jugamos en la modalidad de una hora por jugador: me quedaban no más de 5 minutos y el cerebro destrozado. Mis manos comandaban las piezas negras, y un protegido peón pasado blanco amenazaba coronar desde la séptima fila. Mi única salida era intentar buscar una combinación que se mostraba latente en el flanco de rey. El tiempo, la combinación, el humo, el contrario, el café frío, las manos sudadas, los gatos que se dejaban acariciar. Encontrar –y ejecutar—la combinación era definitorio en esa batalla, era cuestión de vida o muerte, era la única alternativa posible. Su búsqueda era de sienes apretadas, de mechones de pelo casi desprendiéndose de las uñas, de toda la pasión. En la exquisita tortura que este Juego provee.
Tuve hace algunos meses la oportunidad de seguir de cerca el mundial de Ajedrez en la Ciudad de México, un todos contra todos de los ocho mejores jugadores del mundo. La acreditación de prensa me permitió entrar a las conferencias post partida y estar cerca de los jugadores. Todo eso fue un delirio absoluto. Después de batallas de más de seis horas retomar la partida, y hablar sobre ella, era confirmación de que el abismo es absoluto; detrás de los ojos de esos jugadores, que dedican su vida entera al Ajedrez, alcancé a percibir una resignación estremecedora: nunca podrán dominar del todo ese tablero. Los puños y las cejas cercenados por tanto golpe recibido. El cabello seboso. Las agujetas desabrochadas y casi tropezándose. Las 64 casillas que todo lo atrapan y todo lo enloquecen.
Precisamente en esa noche de humo hubiera necesitado un espejo para verme así. Con el rostro contorsionado y buscando algo, tal vez inexistente, pero intuyendo que algo podría existir, algo podría estar escondido en algún vericueto de ese universo infinito.
Una luz repentina me señaló el camino cuyo inicio era un sacrificio de torre y llevaba a la victoria, con todas las letras. Requería revisarlo con calma, pero estaba allí, lo podía palpar; su luz y su lógica y su conclusión comenzaban a adoptar forma. Ese algo que logré encontrar no pudo ser concluido, materializado, traído a la realidad. La implacable bandera del tiempo me hizo tragar la derrota, con la mano en el aire. Puso fin a una exquisita tortura al ritmo de respiración agitada. Aunque no por mucho tiempo.

Tomado de:

http://ciudadalfabetos.blogspot.com